Capítulo 12: Nati Gemini

>> sábado, 11 de abril de 2009

Nati Gemini

Después de la comida, Aldo había aducido algunos asuntos importantes para retirarse y doña Martha, Sofía y los gemelos habían decidido tomar el café en la biblioteca. Aunque Inés le había comentado mucho sobre las cosas que había dejado en el cofrecito, la abuela no conocía todos los detalles o no recordaba todos ellos. Por ello su curiosidad no fue fingida cuando Sofía le fue develando poco a poco el contenido, mientras Atabulo estaba ocupado en buscar un mapa detallado de Turquía en uno de los atlas que había en la biblioteca y Azalea rastreaba las imágenes de la tercera diosa que Sofía no había logrado identificar en la sección dedicada a los libros que trataban sobre el Lejano Oriente.

Doña Martha, en su momento había hecho todo lo que estaba en sus manos para apoyar a su hija después del traumático episodio que había vivido en Turquía, pero nunca había atinado en comprender realmente porque su hija no había recurrido a soluciones tales como el aborto o dar a su hija en adopción como se solía hacer en ese tipo de casos. Por eso mismo, lo que más le interesaba a la anciana era encontrar esas respuestas y le dedicó particular atención al diario de su difunta hija. Conforme lo iba haciendo, los velos de la no comprensión renglón por renglón se había desgarrado y terminada la lectura no tuvo más remedio que admirar profundamente a su hija por el valor y la entereza con la que había enfrentado la situación más allá de los dimes y diretes sociales, de los conceptos éticos y morales y, sobre todo, teniendo una fe absoluta en las últimas palabras de su maestro.

La abuela de Sofía, a lo largo del tiempo también había usufructuado no solo del amor de Sofía a quien quería entrañablemente y ya hacía mucho tiempo no lamentaba tener en su vida, sino, ahora se daba cuenta, también de las enseñanzas que el maestro había brindado a Inés. Ésta, en innumerables ocasiones le había dicho palabras, dado masajes y hasta la había introducido en el arte de la meditación. Gracias a todos estos secretos, la vida de doña Martha había sido una vida reconfortante y llena de satisfacciones a pesar de su temprana viudez.

“Tu madre fue una mujer admirable en más de un sentido, Sofía.”

“Lo sé, abuela, y soy la primera en apreciarlo.”

“Muchas veces, durante los largos meses que duró su embarazo, tuvimos discusiones muy amargas sobre esa situación. En aquel entonces tu madre y yo no compartíamos los mismos puntos de vista. Tengo que confesar que yo estaba, y quizá siga estando muy chapada a la antigüita. Primero, cuando todavía era tiempo, le aconsejé el aborto, más tarde la adopción y hasta traje a unas personas de una agencia a la casa para que hablaran con tu madre. Ella nunca quiso hablar del tema y hoy en día, viéndote a ti con todo ese valor, con esa madurez con la que enfrentaste la muerte de tu madre, no puedo más que agradecer al cielo que tu madre nunca me escuchó y sacó a esa gente de la agencia a patadas de la casa.”

“Ya me imagino la situación, abuela, supongo que pensaste que estabas haciendo el peor oso de tu vida,” se rió Sofía.

“No estás del todo equivocada,” le contestó la abuela sonriendo a su vez, “lo que sigo sin entender es eso de la profecía. Y, la verdad, me da pavor de que tengas que ir a Turquía para recolectar esa herencia.”

“Bueno, abuela, en lo que respecta a la profecía estoy igualmente a oscuras. Y en los segundo, la ida a Turquía, no podemos creer que todos los turcos son violadores, ¿no es cierto?, desde aquellos tiempos en los que estuvo mi madre allá a la fecha han cambiado muchas cosas. Es un importante receptor de turismo, las playas turcas son famosas y de sus monumentos que pertenecen sin duda a los más importantes de la civilización europea ni hablemos.”

“Si, supongo, que tienes razón. Pero tienes que prometerme que no vas a andar por allí solita, explorar los bazares y los callejones oscuros como es tu costumbre. No te alejes de Aldo en ningún momento, y si no te puede escoltar a algún sitio has que te lleve su chofer, o alguien de confianza de la embajada.”

“Bueno, pensándolo bien, abuela, creo que no voy a ir a Turquía tan sola. Si el tío Aldo me presta el dinero suficiente, me gustaría llevarme a los gemelos que no han tenido la oportunidad de viajar más lejos que a Acapulco en toda su vida.”

“¡Que nos vas a llevar contigo!,” se asombró Azalea, “eso sería el premio mayor que persona alguna se pudo haber sacado al ser amigo de alguien.”

“Pues resulta que no lo hago por amistad, sino por conveniencia,” respondió Sofía socarronamente, “en primer lugar ya estamos mágicamente atados más allá de una mera amistad, o por lo menos eso es lo que dice mi madre en su carta, en segundo lugar, tengo que estar absolutamente segura que a esta adorable mujer, que es mi abuela, no le falte el sueño por gracia y obra de las preocupaciones inexistentes y, por último, es importante saber que tres pares de ojos ven más que uno solo. Si he de descubrir algo en Turquía, necesito que por lo menos uno de ustedes sea testigo de todo aquello.”

“Bonitas razones,” adujo Atabulo, “pues a mí me encanta ser detective y si quiere, doña Martha, antes de irnos todavía puedo hacer uno de esos cursos relámpago de defensa personal que dan en la academia de policía. Dicen que esos cursos son sumamente efectivos.”

“No es para tanto, querido,” se rió la abuela, “con saber que Sofía está tan bien acompañada es más que suficiente.”

Gloria entro en la biblioteca con la charola del café. La dispuso en la mesita a lado del cofre y se aprestó a salir nuevamente.

“Atabulo, ¿sabes donde se guardan las tazas en la cocina?,” preguntó Sofía.

“Claro.”

“Pues entonces baja corriendo por una, que la nana no sale de aquí hasta que no nos haya contado esa historia que nos debe. Y tú, nana, ¡sentadita allí y sin excusas!”

“Pero niña, todavía me falta terminar todo el quehacer de la cocina.”

“Eso me lo supongo muy bien, pero la abuela no tiene nada en contra. Además tus días de hacer el que hacer están por terminar, así que más vale que vayas abriendo los ojos para encontrar a alguien que lo haga.”

“¿Me van a despedir?,” preguntó Gloria asustada.

“Despedirte, no, de ninguna manera. Te quedarás en esta casa hasta que te hagas viejita. Pero ya no tendrás que hacer nada en la casa que no tengas ganas de hacer. Para eso vamos a contratar a otra persona más joven y lo único es que tendrás que supervisarla.”

“Vaya, eso es más de lo que esperaba. Ya me había familiarizado con la idea de que iba a tener que trabajar hasta el día en que me sacaran de aquí con los pies por delante.”

Atabulo regresó con la taza, y Sofía personalmente sirvió el café para todos dando la primera taza a su nana: “Bien, ya estamos juntos y somos todo oído.”

Gloria tardó unos momentos remembrando y buscando como contar la historia mientras los demás la miraban con expectación. Después de beber unos sorbos de café, la nana finalmente comenzó a hablar.

“Bueno, seguramente ustedes se preguntarán cómo es que doña Licha y don Filemón me hicieron madrina de los gemelos. La verdad es que la culpa la tuvo Sofía.”

“Siempre pensé que era porque eras su mejor clienta yendo varias veces al día…,” comentó Sofía.
“Como saben, los gemelos son unos meses menores que tu, Sofía. El día en el que nacieron, doña Inés y doña Martha estaban fuera, tuve un encargo en la tienda y como no había quien cuidara a la niñita Sofía me la llevé en brazos. La niña se portó muy bien la primera parte del camino, como la mitad de la cuadra. Pero un poco antes de llegar a la tienda se puso muy inquieta, como si me quisiera brincar de los brazos e ir corriendo a la tienda, pero todavía no podía caminar, mucho menos correr.”

“Siempre fue muy precoz, nuestra amiga,” se rió Azalea.

“Traté de entender que quería la niña y primero quise regresar a la casa, pero Sofía me hizo señas de alguna forma que fuéramos a la tienda. Cuando por fin llegamos, Licha, su madre, que tenía la panza que le reventaba de grande, estaba tirada en el suelo justo delante del refrigerador de las carnes frías que acababan de comprar y era todo el orgullo de Filemón.”

“Y lo sigue siendo,” agregó Atabulo, “hay días en los que ese exhibidor es más importante que nosotros, sobre todo cuando se descompone.”

“Yo, asustada porque no le podía ayudar a mi comadre, porque traía cargando a la niña, me quise ir detrás del mostrador donde está la puerta de la casa donde vivían…”

“Y seguimos viviendo.”

“Sofía comenzó a hacer movimientos que nuevamente me hicieron detenerme y dudar. Para mí era obvio que quería que la bajara al suelo así que lo hice y la baje unos pasos de Licha. Sin dejar de verla entonces me fui donde la puerta y vi como al mismo tiempo Sofía con toda su energía que tenía se fue a gatas hacia la mamá de Azalea y Atabulo. Cuando llegué a la puerta y la abrí para gritarle a Filemón y que me ayudara a atender a su mujer, Sofía ya había llegado donde la enferma y se le acercó al vientre. Yo me quedé pasmada cuando con una forma rara se puso a sobarle la pancita a la embarazada, como si fuera una partera que se la sabía de todas, todas. Luego llegó Filemón y yo lo detuve para que viera la escena unos momentos. En eso Licha reaccionó y se sentó como si nada. Se dio cuenta que se le había roto la fuente. Filemón agarró a Sofía y me la puso en brazos, salió disparado a parar un taxi y se llevó a su mujer al hospital olvidándose completamente de la tienda.

“En serio, más le valía preocuparse así por nosotros. Creo que nunca lo ha vuelto a hacer,” comentó Azalea.

“Me tuve que esperar allí hasta que alguien llegó y me ayudó a cerrar la cortina. Todavía no sabíamos que iban a nacer gemelos. En esos años todavía no había muchos ginecólogos con ultrasonido y Licha no había ido con uno que lo tenía. Bueno, el caso es que los gemelos nacieron unas horas después.”

“Así que Sofía fue nuestra verdadera partera.”

“Licha muchos días después me comentó que sintió que la niña Sofía con sus manitas había llamado a sus hijos para que salieran al mundo. Que fue una sensación de lo más extraña. Como si el lazo entre ella y los gemelos se hubiera roto en ese momento.”

“¿Pero por qué te escogieron a ti como madrina?”

“Bueno, cuando los gemelos recién nacidos regresaron a su casa, yo y Sofía íbamos a verlos por lo menos una vez cada día y Sofía, cuando estaba, hacía todo tipo de milagritos con ustedes. Me acuerdo de varias veces que cuando uno o los dos de ustedes estaban llorando, y yo y Sofía entrábamos al cuarto, se callaban luego, luego. En otra ocasión, cuando ya estaban más grandecitos, Atabulo no quería comer su papilla por más malabares que hacía Licha. Llevaba varios días batallando para que el niño comiera algo que no fuera su leche. Y entonces Sofía toco la cucharita y Atabulo comenzó a comer como si nada.”

“Vez, hermanito, siempre te dije que fuiste más rejego para comer que yo.”

“Un día llegué a la tienda y Filemón me dijo que habían hablado con el cura para que Sofía fuera la madrina de los niños y el cura les dijo que eso era imposible. Y fue entonces que decidieron pedírmelo a mí porque les daba pena pedírselo a doña Inés o a doña Martha.”

“Los eternos prejuicios de clase,” comentó Sofía, “mi mamá seguramente hubiera aceptado encantada. Tuvo a un montón de ahijados entre la gente que trabajaba en las excavaciones.”

“La verdad es que en esta familia siempre hemos tenido una madrina oficial, dos madrinas no oficiales y una hermana,” sentenció Azalea.

continúa con el siguiente capítulo: Ballenas y delfines

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